El entró por la ventana cuando ella ya había cerrado la puerta. O ¿fue ella quien entró por la puerta y él aún no había tabicado la ventana?. El traía sombrero, ojeras malva y un corazón sin domesticar. Sus ojos. Eran unos ojos que miraban algo invisible, no sé, sus ojos querían mirar a través de los ojos de ella, sus ojos veían otros océanos.
No pasó mucho tiempo para que asomaran los vínculos predestinados y para que ella pensara cómo sería el mundo a su lado sin otra cosa que hacer más que la vida. Los amaneceres, las tardes, los paisajes, los sentidos. Y ya.
Así pasaba los días, imaginando, distraída. Hasta que un día de golpe, él dijo "ven” y ella se preguntó “¿Quién sabe si con él yo vea los amaneceres, las tardes, los paisajes y los sentidos que siempre imaginé?”. Así, a punto de dormirse, en su mente, entre Pride & Prejudice, un tango apasionado, y en la pantalla un “buenos días principessa”: